mi hijo estudia en el colegio javier. ayer me mostró el anuario del colegio: un lindo ejemplar de más de 100 páginas en papel couché que recopila las actividades de la institución durante los últimos doce meses. linda obra.
mientras recorría sus páginas recordé mi época de colegial en el glorioso colegio san josé la salle, hacedor de –entre muchos triunfos ignotos- los últimos dos presidentes de la república: alfredo palacio y rafael correa. y recordé mis años de estudiante porque al llegar al final del anuario del colegio javier vi los nombres de los responsables de tan linda edición: casi todos adultos, profesores, padres de familia y profesionales contratados. los alumnos sólo constaban como colaboradores de algunos artículos. “escriben a mesa puesta”, pensé, “como un hobbie”.
cuando tuve el gusto de co dirigir la asociación de estudiantes de mi colegio, a nosotros –los alumnos- nos era encargada la gestión completa de todo lo que quisiéramos hacer: desde el financiamiento hasta la carpintería, ¡todo! jamás hubiéramos podido hacer un anuario como el del javier, es cierto, pero todo lo que hicimos lo hicimos nosotros. y lo hicimos bien. encontré dos abismos de diferencia entre mi enriquecedora experiencia colegial y la de mi hijo.
no es que diga que el colegio javier equivoca la plana, de ninguna manera. sólo resalto que mi colegio, el glorioso san josé la salle, nos enseñó la vida de una manera diferente.
sirvan estas palabras para saludar a mis amigos jorge bran y eduardo mata, gestores junto a mí de la asociación de estudiantes durante el año ’87-’88 y para rendir honor y gloria al colegio que en sus años de existencia, en la virtud y en la ciencia la dulce infancia formó.
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