Iván Sierra, Consultor empresarial
Fabián es un empresario próspero, honrado y justo: nunca tercerizó, declara con probidad impuestos e importaciones, respeta acrisoladamente a sus empleados e invierte un pequeño rubro en responsabilidad social. Sin embargo, está incómodo. Dice que desde el buró de Carlos Carrasco –y también desde la Asamblea Nacional y Carondelet- se persigue a la empresa privada, la limitan. Le incomoda que el SRI y la CAE sospechen de él. Siente que todo ello retrasa el crecimiento de su empresa, menoscaba su rentabilidad, la aletarga.
El caso de Fabián es real, existe, pero también existen otr@s –usted que me lee conoce al menos un caso- que han hecho sus fortunas evadiendo impuestos, compitiendo deslealmente, sobornando y atropellando derechos de los trabajadores y de la seguridad social (acaso uno de los conceptos más nobles de la sociedad contemporánea). Para ellos está hecho el rigor que a Fabián tanto incomoda.
Hablemos, por ejemplo, de impuestos. La recaudación total de impuestos de 2009 será 40% mayor que la de 2006 (http://www.ecuadorencifras.com/), esto es casi 2.000 millones de dólares de incremento. ¿Hubo acaso un boom económico que nadie ha detectado? ¿Se duplicó el impuesto a la renta o el IVA? No. Sólo se está empezando a cobrar mejor gracias a las exigencias que tanto incomodan a Fabián. Como referencia, con 2.000 millones de dólares alcanza para mil Unidades Educativas del Milenio o para dar créditos para vivienda popular a más de 150 mil familias. Y gran parte de ese dinero (recordemos la cifra: 2.000 millones de dólares) antes se quedaba en manos privadas acostumbradas a enriquecerse delinquiendo. ¿Cómo no se van a sentir “incómodos” ahora?
Los nuevos tiempos exigen adaptaciones prontas e inteligentes que l@s empresari@s de bien están logrando a pesar de las incomodidades. Pero el empresariado deshonesto tendrá que desaprender las mañas y reaprender el oficio, tendrá que entender que conceptos como respeto al medio ambiente, responsabilidad social, cultura tributaria y seguridad social deben reemplazar a los añorados amarres, libertinajes y evasiones.
Por su parte, los y las jóvenes que saturan las aulas universitarias tienen un desafío más noble y más exigente: educarse para hacer empresa responsablemente, educarse para que no les haga falta –en su noble y legal afán por multiplicar su patrimonio- pasarse sobre los derechos y las oportunidades de l@s demás. Y educarse también para, a través de la empresa privada, contribuir no sólo a la creación de la riqueza, sino también a su mejor distribución. Todo ello es posible, pero hay que aprender a hacerlo.
Ya recorrimos el camino del sálvese-quien-pueda y el resultado fue catastrófico: una sociedad brutalmente injusta que ocupa el puesto 96 entre 134 naciones en el ranking según el índice Gini (www.cia.gov/library/ publications/the-world-factbook/rankorder/2172rank.html ), que mide la justicia en la distribución de los ingresos.
La incomodidad de Fabián –el empresario ejemplar- es comprensible, pero también es necesaria.
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